Para que el corazón
pueda funcionar adecuadamente necesita de un suministro constante de oxígeno,
el cual llega a través de las arterias coronarias. Si el
flujo sanguíneo en estas arterias se bloquea, se produce lo que conocemos como
un ataque al corazón o infarto al miocardio, donde muere la porción de músculo
cardiaco privado de oxígeno. El bloqueo en las arterias coronarias puede
producirse por varias razones. Una de ellas es que en su interior se acumulen
depósitos de grasa que provocan su endurecimiento. En este caso se produce la
arteriosclerosis, que puede ser causa de un ataque al corazón debido a la falta
de oxígeno en el músculo cardiaco.
La arteriosclerosis puede causar
hipertensión —presión arterial alta— ya que, al disminuir el espacio por donde
circula la sangre, el corazón tiene que ejercer una presión mayor para hacerla
llegar a todo el cuerpo. La hipertensión puede originar-se también por
cuestiones hereditarias, obesidad o ingestión elevada de sal. Esta enfermedad
se conoce como el "enemigo silencioso", porque muchas personas que
la padecen ignoran que están enfermas ya que no presenta síntomas.
La hipertensión
combinada con la arteriosclerosis puede causar también un derrame cerebral.
Esto sucede si se bloquea o rompe un vaso que nutre al cerebro, provocando la
muerte de las neuronas de la zona afectada y la consecuente pérdida de alguna
función cerebral.
La forma de prevenir la hipertensión es realizar ejercicio,
controlar el peso y reducir la sal en la dieta. También ayuda significativamente
disminuir el estrés, porque éste contribuye a elevar la presión arterial. En
los casos más graves pueden prescribirse algunos medicamentos para disminuir la
frecuencia cardiaca o dilatar las arterias. El primer paso es la detección del
problema para poder solucionarlo; para ello se requiere simplemente que la
persona acuda al médico para que le mida la presión arterial.
Como puedes observar, la sangre hace dos recorridos, uno
largo que llega a todo el cuerpo y se conoce como circulación sistémica, y uno
corto, hacia los pulmones, llamado circulación pulmonar. Dadas sus funciones,
las arterias y las venas son diferentes. Las arterias tienen paredes más
gruesas y musculosas para resistir la presión con que la sangre es bombeada
desde el corazón, mientras que las venas tienen una capa muscular más delga-da
y pequeñas válvulas; esto asegura que la sangre que va hacia arriba —de los
pies al corazón— no regrese.
El latido del corazón es controla-do por nervios
que forman el marcapasos y que se encuentran en la zona de la aurícula derecha.
El marcapasos genera impulsos eléctricos y puede moverse incluso sin recibir
las señales del cerebro, sin embargo, normalmente responde a señales de éste
que aceleran o disminuyen su actividad, en respuesta a las necesidades de
oxigenación del cuerpo.
Algunas hormonas también tienen efecto sobre la frecuencia
cardiaca, como la adrenalina, que aumenta el número de latidos por minuto. El
corazón humano late aproximadamente 3 000 millones de veces en una vida
promedio y bombea cerca de 300 millones de litros de sangre. Su tamaño es el de
un puño y su peso es menor a medio kilo-gramo. El aumento de tamaño del corazón
puede deberse a una insuficiencia cardiaca o a que presenta una válvula
anormal. Una forma de monitorear el funcionamiento adecuado del corazón es tomar
el pulso y la presión arterial. Esta última es la medida de la fuerza con la
que el corazón ejerce presión contra las paredes de las arterias.
Cuando los
ventrículos se contraen se produce la sístole, y cuando se relajan y se llenan
de sangre se produce la diástole. La alternancia entre la sístole y la diástole
es el pulso. La medida de ambas presiones se expresa en los dos números que
indican la presión arterial de una persona. El aparato para medirla es el
esfigmomanómetro y la medida normal para un adulto en reposo es de 120/80 mm de
mercurio.
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